Mujer, hombre, piraña, huemul, electricidad, escarabajo, marea, todo es lo mismo, todo lo que empieza termina donde comenzó, es un círculo eterno que nos deja o no nos deja mirar más allá de nuestras narices, tengo miedo a tocar el cielo y no volver a mis raíces.
Me encontraba en esa cabaña cálida de madera en la cima de aquella montaña solitaria y peligrosa, contaba los días para poder morir tranquila, mi misión no se había cumplido aún, era joven, pero era una vieja de mierda por dentro.
Otra vez más, una de esas noches eternas en que nada me pertenece, otro de esos sueños en los que aparece aquel árbol, el suelo se desvanece, es transparente, transparente a la nada, caigo en cualquier momento, mis pies no me siguen el ritmo. Árbol, eres lo único que tiene vida a parte de mí en este espacio pacífico, déjame respirar de otro aire que no sea el tuyo, para de atarme a tus raíces, para de hacer que me traicione a mi misma, para de hacerme tocar fondo infinitas veces, y al mismo tiempo, nunca pares de hacerlo. Y entonces despertaba, transpirando, deformada, con los ojos llorosos, las articulaciones cansadas, con la mirada perdida, con la esperanza en las manos.
El único sonido que se oía era el viento, el viento egoísta de la cordillera, el viento mañoso que esparce la nieve a todo lo que toca la tierra, qué milagros se esconden debajo de todo lo blanco, qué importa, yo luego me largo.
Tú, ahí, silenciosa, moribunda, pegada a tus recuerdos dolorosos y brillantes, cálido aire que viene de la chimenea, estremecedor murmullo que viene de la montaña. En esa posición se pasaba los días, las horas, perdida en su propio silencio, monólogos creados para recordar la función de la boca, qué tan eterna es la vida, cuántos miedos se esconden bajo unos ojos cansados.
Poco a poco, la noche fue cubriendo de oscuridad cada rincón del pedazo de tierra que elevaba a grandes alturas la luminosa cabaña, el fuego nublaba sus ojos, los hacía cerrarse lentamente... otra vez más, tú, tú y el árbol, te abraza, te calma. No quería separarse de su tronco nunca más, por qué hay que despertar de los sueños, por qué tiene que haber frío en la cabaña de nuevo, olvídalo, y comienza a dudar sobre cual es la verdadera realidad.
La melancolía comenzaba a poblar cada centímetro de su cuerpo, extrañaba, añoraba, gritaba y rogaba compasión... la pregunta: ¿a quién debía rogarle? Vuelve simplemente a soñar tranquila y olvídate de que la realidad es un mundo cruel, monótono, turbio, silencioso...
Y entre sueños, una vez más, se ve ella, de pies a cabeza frente a ese camino que quiere transitar a ojos cerrados, se deja llevar, olvida las consecuencias y un placer infundado recorre cada suspiro, entra por sus narices, recorre toda su sangre y sale por su boca, sale convertido en sus mejores deseos, calidez, un poco de calidez, un premio, un regalo, una suave brisa casi marina se dibuja en sus párpados, la dulzura de un beso encogido e imaginario, la misma naturaleza se te ha declarado.
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