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domingo, 5 de enero de 2014

El Rechazado

A veces es así, a veces es siempre así. La pena va, definitivamente, acompañada de la rabia, esa rabia espantada, dócil, lista para tirarse por la ventana. La inevitable empatía que se siente con el Rechazado, con él, y su inevitable deseo de ganar seguridad con cosas que nunca le harán sentido. En el fondo somos los mismos, él y yo, pidiendo piedad del mundo, por eso nunca lo he podido juzgar, por eso es tan inevitable que cuando escucho su pena ardiendo en su alma, ese calor llegue a la mía, y se quede ahí, quemando mis horas, mi jardín en llamas. Tiene miedo, le enseñaron a temer, le enseñaron a ser un idiota, y a vivir como ellos, no conoce otra realidad, de qué podemos culparlo. Y suelo encontrarme, llorando rabiosamente en un rincón, rogando no ser como él, pero busco en mi interior, y está mirándome, con esos ojos casi superficiales, buscando un lugar en sus miradas. Entonces comprendo, que hay primero que aceptar, y luego luchar armada, primero conocer, luego actuar.
No puedo seguir ignorando lo que tengo pendiente con el Rechazado, porque este dolor no puede ser de mentira, no puede callarse, me tiene estancada. ¿Qué es lo que me asusta de enfrentarlo? Sentir su dolor nuevamente, tener que hacerme fuerte, tener compasión, sentir sobre mí el peso de miles de años de silencio. No es un precio sencillo, pero debo hacerlo, no puedo mentirme y callar. 
Debo enfrentarte, y quizás tú tengas el mismo miedo de enfrentarme a mí, a mí moral, a mi ética, a mi retórica. Lo sé. Es que yo me quise hacer así, y estoy tan consciente de lo que está pasando que la impaciencia recorre mis vértebras, me mueve el estómago. 
Pero esto es real, y es tan difícil encontrar algo real por lo que luchar, porque la mayoría de los días todo es sombras, es ilusión, es un silencio fácil que me mantiene segura. Tengo esta frase armada, luchadora, sanadora de hace siglos. Llego el momento. Hay que volver al origen.