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miércoles, 18 de junio de 2014

Claroscuro

La amargura se va a caminar lejos, se va porque la alegría la echa, la quiere exiliar de nuestro paraíso. La amargura sabe que ese paraíso no existe, se ríe entonces, sabe que el pesimismo la llama a bailar con él, la invita a su casa los domingos. 
Si el paraíso no existe, por qué la alegría me está sonriendo así, con esa mirada cómplice, materna, comprensiva. Porque ella sabe que el paraíso no existe, la verdad al final se convierte en la más dulce alegría, la verdad de nuestros cuerpos desnudos y frágiles, agradecidos de haber destruido el ego torturándolo con la vergüenza, con esos ojos y esas bocas hirientes y ajenas. 
Con esta mirada quiero quedarme a contemplar la escena completa, con la mirada tierna de la realidad impecablemente desnuda, esa realidad que nos promete que esta noche será "como el claro de un sueño", la promesa de una vida digna de ser vivida, el arrepentimiento que se esfuma de las horas malgastadas. 

He confiado en la noche

He confiado en la noche
pues durante ella amo la vida
así como los pájaros
aman la muerte a la salida del sol.
Pero la noche 
no es sino una brizna de pasto
volando al resoplido de un potrillo,
y a la luz desigual del fuego de leña
veo que solo me queda el terror del gusano
sintiendo el trueno en la gota de agua,
la tempestad en la caída de las agujas del castaño.

                                                                                       Jorge Teillier, de El árbol de la memoria, 1961

domingo, 8 de junio de 2014

Insomnio estéril

Las noches frías me llaman a pensar en el calor, no es sorpresa que los deseos nazcan de la ausencia, de la evocación de lo perdido o lo que se quiere ganar. Prefiero este monólogo para poder dormir, prefiero el descanso de la creación vacía, libre, potencialmente el todo y la nada. La libertad ganada sobre nuestras propias cadenas autoimpuestas, es la más hermosa, la más secreta y callada, es un triunfo sobre nuestra debilidad a la que estamos acostumbrados. Reconocer que somos nuestras propias cárceles, los verdugos más hipócritas, los esclavos de nuestros deseos culpables ¿y para qué tanta culpa? ¿para sentirnos más insignificantes? ¿actuamos bien para ser buenos? o ¿para guiñarle el ojo a la culpa que nos muestra la horca? No lo quiero saber. 
Es más real la responsabilidad que la culpa, porque parece más interna y menos impuesta desde afuera. Divago. La libertad de poder ser responsables y no culpables. Sin horcas, sin el dedo de la vergüenza apuntándonos, sin el ojo personal que nos mira en cada ”error", en cada tropiezo. No le echo la culpa a nadie. Nadie es culpable, pero somos todos responsables.