.

.

lunes, 28 de enero de 2013

Dos mil 13

Oiga, los recuerdos nos se borran, se acumulan, se llenan de polvo, ocupan el espacio de lo que soy, me llaman de vez en cuando a reconocer cadáveres. 
Cierro los ojos a lo que no quiero ver, me tapo los oídos, pero aún no aprendo a cerrar la boca. Ojalá ya estuviera ahí, ojalá supiera cuál fue el truco -es posible que también sea magia- del mago. Hoy no existen estructuras, hoy no existe Dios, hoy las cosas se ven diferentes. Si pensara un poco menos, si soñara un poco menos, si pudiera tener la suficiente fuerza de voluntad para perder el miedo a perder. Es una pasión de doble filo eso de la autocompasión, sentir empatía con los edificios, sentir empatía conmigo misma. No. Quisiera que esto no tuviera sentido, quisiera poder tener la verdad entre mis manos y poder preguntarle por todo aquello que me ha quitado el sueño últimamente.
ESTOCOLMO. IGNORANCIA. MIEDO. sUSPenso. Así mismo ocurrió, desperté un día y no quería seguir escuchándome, desperté un día y no me reconocí. Quizás debería tirarme de cabeza a los impulsos, en qué momento comencé a tener las esquinas cuadradas. 
Por qué las cosas tendrían que pasar por alguna razón, por qué tengo que creer que las cosas tienen un sentido, quién me maldijo con toda esta mentalidad occidental. 
Ay, he pecado. Perdón.
Ouch, quisiera ser perro.