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viernes, 3 de octubre de 2014

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Hablemos de la inocencia perdida. No, no de esa inocencia. Toquemos esa parte musgosa del tema,  en la que lo perdido nos hace lentamente culpables. La inocencia se esfuma en el momento en que queremos sonar inocentes, cuando entendemos más de lo que quisieramos entender. La inocencia del hombre se trasluce a la luz de los ojos ajenos, ojos que pocas veces reconocen lo inocente desnudo, y que pocas veces saben desde qué ángulo se filtra la luz. Esa parte humana la perdemos cuando conocemos el sabor del pudor, la rabia en lo profundo del gusano rojo, el deseo encarnado en el tapiz del mundo. 
No es algo de lo que podamos estar orgullosos, pero una vez que se interrumpe el limpio curso de nuestros días, es imposible volver atrás a mirar con esos ojos brillantes, tímidos, impecables. A dónde vamos: ahí donde se puede hablar de esto sin revestir la realidad con el humor negro que esconde lo sucio, y lo oscurece con más tierra, pero con una tierra dulce y alegre de mirar. Estamos llenos de ese licor mundano que se llama ambigüedad: bebemos y bebemos, hasta olvidar que hay dos polos intocables, separados para siempre por esa hipocrecía que nos hace hombres.
La verdad nos atravieza como el pánico, pero no nos paraliza: nos mueve ahí donde la comodidad es el deseo que se duerme en nuestra más suave carencia. Sí, esa carencia, carencia de algo que buscamos creyendo estar solos deambulando. A la carencia le ponemos vacío y suena más profunda, más infinita, más creíble. Así nos engañamos sabiendo que no podemos ser otra cosa que sonámbulos, los muertos en vida de todos esos siglos, aquellos que son nuestros héores en el fondo, porque nos encontramos más en ellos que en los que están petrificados en las calles.

miércoles, 18 de junio de 2014

Claroscuro

La amargura se va a caminar lejos, se va porque la alegría la echa, la quiere exiliar de nuestro paraíso. La amargura sabe que ese paraíso no existe, se ríe entonces, sabe que el pesimismo la llama a bailar con él, la invita a su casa los domingos. 
Si el paraíso no existe, por qué la alegría me está sonriendo así, con esa mirada cómplice, materna, comprensiva. Porque ella sabe que el paraíso no existe, la verdad al final se convierte en la más dulce alegría, la verdad de nuestros cuerpos desnudos y frágiles, agradecidos de haber destruido el ego torturándolo con la vergüenza, con esos ojos y esas bocas hirientes y ajenas. 
Con esta mirada quiero quedarme a contemplar la escena completa, con la mirada tierna de la realidad impecablemente desnuda, esa realidad que nos promete que esta noche será "como el claro de un sueño", la promesa de una vida digna de ser vivida, el arrepentimiento que se esfuma de las horas malgastadas. 

He confiado en la noche

He confiado en la noche
pues durante ella amo la vida
así como los pájaros
aman la muerte a la salida del sol.
Pero la noche 
no es sino una brizna de pasto
volando al resoplido de un potrillo,
y a la luz desigual del fuego de leña
veo que solo me queda el terror del gusano
sintiendo el trueno en la gota de agua,
la tempestad en la caída de las agujas del castaño.

                                                                                       Jorge Teillier, de El árbol de la memoria, 1961

domingo, 8 de junio de 2014

Insomnio estéril

Las noches frías me llaman a pensar en el calor, no es sorpresa que los deseos nazcan de la ausencia, de la evocación de lo perdido o lo que se quiere ganar. Prefiero este monólogo para poder dormir, prefiero el descanso de la creación vacía, libre, potencialmente el todo y la nada. La libertad ganada sobre nuestras propias cadenas autoimpuestas, es la más hermosa, la más secreta y callada, es un triunfo sobre nuestra debilidad a la que estamos acostumbrados. Reconocer que somos nuestras propias cárceles, los verdugos más hipócritas, los esclavos de nuestros deseos culpables ¿y para qué tanta culpa? ¿para sentirnos más insignificantes? ¿actuamos bien para ser buenos? o ¿para guiñarle el ojo a la culpa que nos muestra la horca? No lo quiero saber. 
Es más real la responsabilidad que la culpa, porque parece más interna y menos impuesta desde afuera. Divago. La libertad de poder ser responsables y no culpables. Sin horcas, sin el dedo de la vergüenza apuntándonos, sin el ojo personal que nos mira en cada ”error", en cada tropiezo. No le echo la culpa a nadie. Nadie es culpable, pero somos todos responsables.

miércoles, 21 de mayo de 2014

Eso, lo cinético.

Hacia dónde voy en estos días, en medio de estos caminos que parecen ser los correctos. Eso no importa. Lo importante es que en ellos voy, con los ojos cada vez más abiertos, porque no quiero darme el lujo de vivir siempre dormida. Me paso los días creyendo que le doy respuesta a mis preguntas, pero en verdad las respuestas no existen, sólo existe la calma del momento, esa calma que nos deja dormir tranquilos esta noche, con la seguridad casi irrebatible de que todos los átomos seguirán tan unidos como lo han estado y jamás se caerán trayendo abajo toda la linda historia que hemos construido. 
Te quiero invitar aquí, a que a que conozcas todo esto que tengo adentro. Pero no puedo obligarte a nada. 
No se puede andar prometiéndole cosas a la gente sin saber siquiera si mañana estaremos vivos para cumplirles, ni menos pedir promesas para atar a los demás. No me conozco completamente. Las respuestas siempre se están renovando, las definiciones no dan abasto para lo inabarcable de esta única vida en la que estamos, la única que conocemos, la única que recordamos. Comprender me ayuda. Comprender es a veces tan doloroso, pero sólo la tranquilidad de la verdad nos mantendrá seguros. En mí no hay nada que seguirá igual para siempre, el movimiento es vida, por ahí van mis caminos.
No puedo quedarme aquí pensando en el futuro, no puedo quedarme aquí sin estar aquí. El sin sentido es el camino más corto, el más sencillo para perder la cabeza de un golpe, y, hasta luego.
¿Existirá eso del alma? 
Lo más simple es lo más hermoso.

viernes, 4 de abril de 2014

Por un poeta lárico.

Lo que parecía complicado, ahora no es nada más que esos colores anaranjados que dejan los atardeceres cuando quieren ser más recordados. La sombra luminosa de lo bueno que nos ha dado la vida siempre vuelve después de que todo se ve oscuro, después de que todo nos extraña, después de que queremos huir de esta rutina agitada. 
Me molesta tener esa nostalgia rabiosa con que se evocan los hechos insignificantes del pasado, pero la rabia se pasa, la nostalgia queda, y sólo se quiere sentir para lo que vale la pena. 
No sé si siempre es necesario tener que elegir entre un mal y un mal peor, porque no entiendo si en verdad tenemos que estar siempre nadando entre males. Estoy confundida entre mi ego y mi esencia. El ego me hace ver borroso, sin posibilidades de trascender a esa superficialidad con la que lucho codo a codo.
Lo importante siempre volverá en una tarde lluviosa, en una noche con luna menguante, en una tarde en la playa, porque ahí es donde me escondo a olvidar la mentira más grande: que nunca debimos haber llegado a este lugar. 

OTOÑO SECRETO

Cuando las amadas palabras cotidianas
pierden su sentido
y no se puede nombrar ni el pan,
ni el agua, ni la ventana,
y la tristeza ha sido un anillo perdido bajo nieve,
y el recuerdo una falsa esperanza de mendigo,
y ha sido falso todo diálogo que no sea
con nuestra desolada imagen,
aún se miran las destrozadas estampas
en el libro del hermano menor,
es bueno saludar los platos y el mantel puestos sobre la mesa,
y ver que en el viejo armario conservan su alegría
el licor de guindas que preparó la abuela
y las manzanas puestas a guardar.

Cuando la forma de los árboles
ya no es sino el leve recuerdo de su forma,
una mentira inventada por la turbia
memoria del otoño,
y los días tienen la confusión
del desván a donde nadie sube
y la cruel blancura de la eternidad
hace que la luz huya de sí misma,
algo nos recuerda la verdad
que amamos antes de conocer:
las ramas se quiebran levemente,
el palomar se llena de aleteos,
el granero sueña otra vez con el sol,
encendemos para la fiesta
los pálidos candelabros del salón polvoriento
y el silencio nos revela el secreto
que no queríamos escuchar.
 Jorge Teillier, de Para ángeles y gorriones, 1956 

domingo, 5 de enero de 2014

El Rechazado

A veces es así, a veces es siempre así. La pena va, definitivamente, acompañada de la rabia, esa rabia espantada, dócil, lista para tirarse por la ventana. La inevitable empatía que se siente con el Rechazado, con él, y su inevitable deseo de ganar seguridad con cosas que nunca le harán sentido. En el fondo somos los mismos, él y yo, pidiendo piedad del mundo, por eso nunca lo he podido juzgar, por eso es tan inevitable que cuando escucho su pena ardiendo en su alma, ese calor llegue a la mía, y se quede ahí, quemando mis horas, mi jardín en llamas. Tiene miedo, le enseñaron a temer, le enseñaron a ser un idiota, y a vivir como ellos, no conoce otra realidad, de qué podemos culparlo. Y suelo encontrarme, llorando rabiosamente en un rincón, rogando no ser como él, pero busco en mi interior, y está mirándome, con esos ojos casi superficiales, buscando un lugar en sus miradas. Entonces comprendo, que hay primero que aceptar, y luego luchar armada, primero conocer, luego actuar.
No puedo seguir ignorando lo que tengo pendiente con el Rechazado, porque este dolor no puede ser de mentira, no puede callarse, me tiene estancada. ¿Qué es lo que me asusta de enfrentarlo? Sentir su dolor nuevamente, tener que hacerme fuerte, tener compasión, sentir sobre mí el peso de miles de años de silencio. No es un precio sencillo, pero debo hacerlo, no puedo mentirme y callar. 
Debo enfrentarte, y quizás tú tengas el mismo miedo de enfrentarme a mí, a mí moral, a mi ética, a mi retórica. Lo sé. Es que yo me quise hacer así, y estoy tan consciente de lo que está pasando que la impaciencia recorre mis vértebras, me mueve el estómago. 
Pero esto es real, y es tan difícil encontrar algo real por lo que luchar, porque la mayoría de los días todo es sombras, es ilusión, es un silencio fácil que me mantiene segura. Tengo esta frase armada, luchadora, sanadora de hace siglos. Llego el momento. Hay que volver al origen.

martes, 24 de diciembre de 2013

1 - 1

    Tengo ganas de equivocarme, y hacer algo tan mal, tan mal, que no haya peor forma de hacerlo. Y no quiero nada más que alejarme de esta comodidad aparente, porque ya ha pasado mucho tiempo sin autosabotearme. Ese es el instinto, de avanzar y retroceder, más bien un retroceder, hacia adelante, entre estas quebradizas horas que se esfuman sin que puedan ser recordadas.
   Me pasa que soy débil y no puedo llevarme tranquila por la tierra suave, callada, fuera de la llamada insistente de otra cosa deseable. Sí, y no puedo estar aquí tranquila, escuchando al viento mecer las hojas, escuchando la bulla de esa gran cuidad que se desvela bajo la luna. 
    Siento como si no pudiera evitarlo, escuchar que no escucho a nadie, no queriendo estar aquí, como si quisiera estar realmente en otra parte que cambia de color según las estaciones del año. 
    Querer es una palabra demasiado grande, ahí cabe todo, y al final ahí, no cabe nada.