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jueves, 21 de junio de 2012

Out-time

Sé que no es momento de escribir, sé que no es tiempo de escribir, pero cuando te encuentras en el limbo, en la confusión encarnada, no hay otra escapatoria. La eterna desgracia de quién sabe que podrá valorar cuando todo esté perdido. Los inútiles intentos por tratar de hacer las cosas cambiar de temperatura, por tratar de  no caer de nuevo en el abismo, por tratar de que esta sea la última vez. Y nunca nada ha estado en mis manos, o al menos eso es lo que me he hecho creer. Un secreto miserable que ya no es hermoso, una moneda con dos caras, una máscara de día una máscara de noche, cuál es el verdadero, quién es invierno y quién es verano. Un punto de vista más realista, pero aún no refinado. Una realidad siempre eclipsada por la iniciativa de los crudos sentimientos, por no querer escuchar las verdades que retumban en mi ausencia. De nuevo, qué se yo de discriminar, qué se yo de interpretar, qué se yo lo que se debe elegir.

sábado, 9 de junio de 2012

Soup

Sonó el timbre, ella abrió la puerta, lo encontró ahí, empapado y eterno, como siempre lo esperó. No lo dudó ni un instante, lo invitó a entrar, tenía la chimenea encendida y el ruido crujiente de la leña era el soundtrack del momento. Había estado cocinando, para ella y nadie más, y él llegó en el instante preciso, justo a tiempo para detener un par de pensamientos existenciales e inútiles que iban a invadir su cabeza en unos segundos. Él entró tímido, pensando que la casa iba a oler a mujer soltera, pero se sorprendió, esto era totalmente diferente, y no encontró palabras para describirlo. Ella cruzó los dedos y caminó hasta la cocina, él la siguió y se sentaron frente a frente, escucharon llover. 
No sabían de qué hablar, sólo mostraban una sonrisa de medio lado, tenían claro que era la escena más cliché de sus vidas. Justo ahí fue cuando a él le rugió el estómago, entonces ella miró la olla y le sirvió un plato de sopa. Los minutos siguientes se convirtieron en una de mis escenas favoritos, él comía apresuradamente, disfrutando cada sorbo de sopa, hacía sonar la boca y ella estaba a punto de explotar, pero otros sentimientos fueron más fuertes que la histeria y la controlaron. Se conmovió, se lo había imaginado así alguna vez en sus sueños, como un niño, en sus brazos y en su casa, en su silla, en su vida. Cómo verlo comer podía provocarle esa extraña sensación de dicha, calma y plenitud, estaban tomando su corazón, le estaban robando el alma, eternamente entregada a esos labios que no paraban de hacer ruiditos groseros. En ese instante despertó, despertó estando despierta, despertó con tres palabras muy simples "me tengo que ir". Y lo dejó ir, pero él desde ese momento entendió que nunca se había ido y que jamás lo haría tampoco, se quedó atrapado entre sus ojos intensos, entre sus paredes de madera, entre su olor a comida, entre ternura y noches sudorosas, en una promesa entre el cielo y la tierra.