La decisión de salir de casa sin sentido aparente alerto a mi sombra que no me quería dejar en paz, dude unos segundos, el aire era frío y el cielo no era el culpable de que un par de manchas blancas nublaran su totalidad. Caminé las calles como si fueran el útero virgen de una quinceañera, y poco a poco fui entrando a un ambiente abierto totalmente infinito, cautivo y dispuesto a entregarlo todo, pidiendo algo a cambio, mi participación en el.
Tenía puesta la ropa más harapienta del mundo, caminé sin miedo, sin prisa, sin esperar casualidades, o quizás sí, pero eso era lo de menos. Alguna vez haz sentido ese instinto de defenderte de todo lo que se mueva, y también de lo inmóvil, como si en cualquier momento cayera un helicóptero y en un segundo mi cuerpo quedara aplastado, inmóvil, miserable y extasiado por la locura, moviéndose por simples impulsos, reflejos humanos. No sé si es posible dejar de imaginar cosas así, pero también tenía miedo de que la vereda cobrara vida y se comiera mis zapatos, que ternura, mis tristes zapatos, que lástima, no se pueden comer mis zapatos sin mis pies.
Y continué como si nada hubiera pasado, y en realidad no paso absolutamente nada, y aún sentía que la adrenalina estaba actuando más precipitadamente, ojalá que mis vecinos no me vean, no quiero saludarlos.
Creo que esto rompe un poco mi rutina, perdón, aquí nunca ha habido rutina. Me siento un poco incómoda, ¿así es como camino siempre?, tambaleo de un lado a otro, es necesario que tenga que pensar hasta en como debo caminar, me siento un poco diferente, oh no, ojalá que ese perro no me muerda, me gustan los perros, ¿por qué habría de morderme?.
Encontré una cara conocida, qué molestia, arrogante forma de pensar, un fastidio tener que sonreirle a quien ni desea saber como te encuentras, una lástima que tenga que vivir a pasos de gente así.
Cemento, árboles, gente fuera de la iglesia, las campanas calladas, el olor a primavera, acá ocurre algo extraño, personas, monoteísmo, política, religión, cuerpos, mierda en el piso, perros, milagros, cielo, nubes, camino, rejas, personas, personas, personas. Siento que todos me están mirando, ¿tengo cara de hereje?, doblo en la esquina y entro a aquel templo que tiene una cruz gigante y una campana. Ojalá que no estén orando, y sí, sí lo estaban haciendo, todos de píe frente a un hombre que tiene la atención, no siento nada cuando entro aquí, ¿debería sentir algo?. Me acerco a la persona que busco, y no es exactamente Dios, es un humano como yo, y le hablo, me escucha, e interrumpe su profunda oración a causa del diálogo que esperaba intaurar. Fue simple, eso fue todo, salí y aún creía que me seguían mirando.
Y quizás me estaban mirando, o era mas probable que sea yo la que los estoy mirando a todos, ¿les debo algo?, hey, no es la forma correcta de referirte a esas personas que se están convirtiendo en tus amigos imaginarios, para de maltratarlos dentro de tu mente, qué gracioso, qué me importan.
Y de verdad, tenía que hacer muchas cosas esta tarde, y no me importó, un año en casa fue un infierno, quedarme callada con los insultos de doña mandona me dejaba exhausta, nunca había inventado tanta gente en mi vida, tenía que inventarla, o si no con quién hablaba. Entonces salir a la calle fue un golpe de magnitudes grotescas, cruzar la calle fue lo peor, los autos querían matarme, ¡Lo juro!, además que los conductores tenían la piel verde, eran zombies, ¿o no?, no, la verdad es que mis amigos imaginarios querían jugarme una broma. Crucé la calle gracias a que un hombre hizo un gesto con la mano que creo haber interpretado bien. Cómo es que los perros cruzan con tanta confianza, ¿por qué a ellos no los quieren matar y a mi sí?, espera, no te quieren matar, era una broma.
Y llegué al otro lado, y podía ver el pedazo de cielo que había dejado atrás, había algo en los rostros melancólicos de esa gente, estuve mucho tiempo encerrada, pero mi intuición no me falla, o al menos nunca lo ha hecho, todo se estaba poniendo naranjo, cómo pueden estar todos mirando al suelo teniendo tantos colores frente a sus ojos, cómo pueden. Me dio nostalgia, ese atardecer era el más largo de mi vida, y siempre habían estado ahí, al rededor de 367 atardeceres que me perdí, no importa, este supera a todos los demás.
La verdad es que salí de casa para comprar un cuaderno, el mío se había acabado y tenía que escribirle un par de cosas a mi permanencia, habían tantas ideas en mi mente, no quería dejarlas encerradas. El señor de la tienda me mostró muchos cuadernos, no sabía que había tantos en este mundo, un cuaderno es un cuaderno, para qué será necesario tanta variedad, y escogí uno, difícil elección, fue un cuaderno de niño, y lo demás fue más fácil porque me gusta el azul.
Volví por donde había llegado, la gente ahora me ignoraba, o yo los ignoraba, no sé, ahora todo se hacía más rápido, no me di ni cuenta y ya había cruzado la calle, y sobreviví, llegué a mi casa, abrí la reja y sentí el olor a atardecer que nunca fue tan intenso, entré y salté de felicidad. Misión cumplida.
Con respecto a lo que sentí en los rostros de esa gente, era verdad, algo ocurrió ese día, un hombre había muerto, un hombre, un anciano, que alguna vez conocí, la imagen que vino a mi mente al saber la noticia fue su cuerpo sentado en una silla, pensando, recordando su vida entera creo, qué hombre más interesante, no me importa lo que haya hecho en esta vida, el recuerdo que tengo de él, no me lo quita nadie.