Ese escalofrío de un invierno que sólo se que está dentro de mí. Un escalofrío que no sentía hace tiempo y que incluso me hace sentir miedo. Sí, miedo, siempre estoy hablando de miedo, pero este miedo es un miedo atrevido, que se desvestiría sólo porque lo vieran morir. Por un instante me despego del mundo, y unas luces pequeñas se encienden en mi interior, ellas lo saben, quizás es el comienzo de un final que ya vi venir. Es un desastre. Pero esto me da más ganas de vivir, de sentir, de sentir tanto como siento en esos sueños que quiero soñar, porque durmiendo sigo viviendo la vida que quiero y no quiero vivir. Pero no soy otra, adormecida soy la misma que en la vigilia. Eso a veces me gusta, pero otras veces me llena de un terror a la locura, un terror a irme para siempre y no volver jamás. Y no poder ver nada de lo que está palpitando aquí, frente a mí, como si me recordaran que corre sangre por mis venas. Sí, el escalofrío persiste y llega a ser misterioso, misterioso como esas ansias que tengo de estar en otro lugar, en otro lugar que se parezca a este y en el que pueda echar raíces para despedirme de esta desgarradora levedad. Ese es el sueño, ese es el deseo, el deseo que me recorre como el frío que fluye por mis huesos sin miedo, es increíble. Y no sé que pasará, no sé si podrán las cosas ser diferentes, pero al menos puedo saber que el miedo está acá adentro, y que con tan solo hablar podría cambiar algo, algo que sé que me llevará a tierras diferentes.
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