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viernes, 18 de febrero de 2011

El cuadro completo.

He tenido cientos de vidas durante toda mi existencia, hoy cerré los ojos y me dí cuenta de que había nacido de nuevo. En esta vida, tengo la experiencia de haber tocado el cielo y el infierno, he mirado desde arriba y desde abajo, tengo experiencia para todos, pero para mí todo lo hago como sí fuera la primera vez, y luego me voy dando cuenta de que empezar de nuevo es cada vez más fácil. Nacer, vivir, morir, renacer, muertes dolorosas, muertes calladas, muertes desapercibidas, renacimientos hostiles, difíciles y cruciales, pongo pólvora en los fusiles de mis venas, disparo miles de ideas que morirán de alguna forma.
Y ahora, viva de nuevo, hago algo que quizás no hacía tan a menudo, porque me faltaba algo que le cambia el título a mi historia: analizo la vida como sí fuera una pintura detallada, cada punto, cada átomo, cada color; y nada logra tener sentido en una pintura sí no se mira el cuadro completo... el negro y el blanco existen, el cielo y el infierno en la tierra existen, el dolor y el placer existen, coexisten, comparten, antagonizan sus existencias unos con otros. Entre esos detalles aparece una costumbre que siempre he tenido, existe la costumbre, y recién ahora la tomo en cuenta: de verdad es necesario a veces ver la pintura completa... comer, comer es la muestra más explícita de lo que suelo hacer, voy de lo que menos me gusta, a lo que más me gusta... ese es el punto, dejar lo mejor al final; por favor dígame la mala noticia primero, para que la buena me calme después, hay que pasar por lo malo para poder apreciar lo bueno, no quiero estar ciega toda mi vida sin poder ver que siempre el cuadro completo será lo que me tranquilice al final. Mi famosa costumbre es igual a la vida, es igual a la pintura terminada: en conjunto todo es una obra maestra, y en una obra maestra nunca va a predominar lo malo... siempre mi lado dulce le ha ganado al lado amargo.

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