Vuelvo como si no me hubiera ido nunca, sabía que lo haría, siempre se vuelve a lo importante. Desviada, perdida, lejos de mí. Tengo deseos de recuperar la autoridad que debo tener sobre mí, sobre mis ideas, sobre esos tramas torpes que no permiten que avance. Y me alejan más del camino, más lejos de lo que ya estoy. Dónde quedaron los libros, donde quedaron mis poetas, donde quedaron aquellas fuentes inacabables de literatura que me nutrían en los momentos difíciles, están, pero, también lejos. Por qué se piensa que huir es la mejor alternativa, por qué huir se llega a convertir en una alternativa. No puedo huir, menos de mi misma, pero tampoco puedo acercarme, estoy en el borde, en el limbo, en el castigo eterno de ser y no ser. Tengo miedo, tengo miedo a lo que depende de mí, más de a lo que no depende. Y qué hacer ahora, cómo recapitular, cómo caminar sin mirar atrás, cómo dejar de sentir que me equivoco hasta cuando respiro. A veces sólo agradezco tener otro día para hacer las cosas diferentes, para poder ser la misma pero aún mejor, para poder acercarme más a lo que quiero ser, para dejar de caer en errores infinitos y muchas veces inevitables. Me cuesta mirar adelante, me cuesta tener esa vista panorámica que me ha salvado tantas veces, me cuesta racionalizar, me cuesta mirarme a los ojos y hablarme sinceramente. Qué soy, qué he dejado de ser, a dónde se van los pájaros cuando no encuentran nido. A pesar de todo no puedo ser pesimista. A pesar de todo no puede ser tan difícil ser yo, el problema es la lucha interna, el problema es que la debilidad de las horas gastadas en desgastarme me tienen tan frágil como las hojas de los libros que dejé de leer. Y ser débil significa no poder luchar con todas las fuerzas, e incluso dejarme vencer. Habrá tiempo para volver al espiral, habrán nuevos días, habrán nuevas lunas, habrán nuevas preocupaciones y nuevos puntos de vista. Quién soy yo para decirme que sí, quién soy yo para decirme que no. Quién soy yo para mentirme.
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