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lunes, 5 de diciembre de 2011

No hay ying sin yang

¿Qué quiero hacer? Sigo mirándola y entiendo que esa no soy yo, quiere ser otra más adusta, más ligera y con expresión deforme. Cansada frente a la fuente de la vida eterna, ansiosa de entrar a un laberinto sin salida, compleja -sé que compleja no es un verbo- de lo simple de la vida. ¿Prosa poética?, mejor debería escribir poesía, mejor debería reírme y culpar a la buena suerte, mejor debería dormir e implorar soñar. Y cuando soñar no funciona, ¿a dónde van las aves, los conejos, tu sonrisa, las manos simulando ser palomas? Y qué me dice Neruda, qué me pide Parra, con qué me castiga Violeta: quizás soñar es lo tuyo. 

No se necesitan cinco minutos para redactar tu testimonio, y necesito exactamente una noche para contar -y también creerme- un cuento. Todo me guía aquí, manchando mi memoria con horas frente a este espejo, este reflejo de mí, este retrato escrito, textual, verbal, de ultratumba. Ding dong, la creación me llama a su guarida y me inflama la cabeza con ideas nuevas y claramente inspiradas para este momento tan de lunes, tan frágil y parecido más a una acotación que a la obra entera. 

¿Desde cuándo escribir se volvió tan complicado? Y media dormida estoy escribiendo, media soñando, media volando y me parto en dos, me separo entre la que escribe y la que duerme, entre la que quiere y la que espera, entre la que hace y la que desarma, entre la que ama y la que hiere. Un crimen sería exactamente quedarme callada en un momento como éste, y eso que no estoy hablando por la boca. Qué tipo de sobrenombres se le inventan a este milagro tan aturdido y confiado. Lo único que me calma es que jamás volveré a ser la misma que se hizo callar a su ying para privilegiar a su yang, esa traición no se hace dos veces, sobre todo si una misma quiere vivir en en equilibrado blanco y negro.

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