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domingo, 24 de abril de 2011

De la ausencia y de ti

La última vez que recuerdo haber dormido fue en la mañana, cuando me preguntaba si me ayudaría a conectarme de alguna manera con mi abuela ir a la misa en conmemoración de su muerte, mis sueños se mezclaban con este acontecimiento y veía letras escritas en un cartel frente a mí, soñando que estaba despierta y leía esas letras entre otras cosas que realmente no entiendo. Aún no sé la respuesta a esta pregunta que quizás antes me había hecho pero de otra forma, ¿ir al cementerio donde está la tumba de mi abuela me hará sentir más cerca de ella? por qué a medida que crezco me acuerdo menos de ella, por qué sólo veo en mi mente su delantal de cocina, sus pañuelos doblados y planchados, su cuerpo grande y cálido que compartía su cama conmigo en esos tiempos en que mis padres recién se habían separado y ese olor a flores concentradas, jamás olvidaré ese olor. Ella es uno de esos misterios que me transportan a otra época, a un tiempo infantil y casi inocente donde yo miraba todo desde afuera y sentía de una forma diferente, con un dolor menos intenso o quizás más profundo de lo que creo, pero un dolor que no recuerdo haber sentido, uno que vi con mis propios ojos, y que siento con la cabeza y no con el corazón. Pero no puedo evitar que las lágrimas aparezcan cuando la traigo aquí a mi lado, a recordarme que no fui consciente mientras podía abrazarla y escucharla decir sus palabras de vieja maestra en el arte de vivir, que mucho me hacen falta; entonces padezco un poco de esa angustia infantil que yo no entendía ni trataba de entender, visiones de una época borrosa llena de cosas trágicas y turbias, una tristeza que veía en todos, una lección que me reitera que nada dura para siempre. Por qué se me olvida recordar a mi vieja, cómo pude resistir vivir en esa época sin ella, cómo se ve tan lejana y tan de otro mundo si alguna vez me abrazó, me habló y miró con esos lentes sobre sus ojos, esos lentes que le hacían ver el mundo más claro. Una madre no puede decir que tiene favoritismo entre sus hijos, pero una abuela sí, porque no todos los nietos vivirán siempre en su casa, ni se alimentarán con sus platos, ni estarán protegidos por su presencia, por eso digo que yo quizás fui parte de un favoritismo que ahora conozco sólo en mi abuelo, mi abuelo que quizás me heredó esas lágrimas que fluyen de mis ojos con facilidad, mi abuelo que se vuelve más mañoso y religioso cada día, que entre las cosas que más quiere es volver con ella, con ella que lo dejó poco después de sus bodas de oro, con un nudo en su garganta y una herida en el corazón que se abre y sangra con su recuerdo latente.
Otra de mis preguntas es dónde está ese dolor, ese miedo a la muerte que no tengo, vivo el desconsuelo ajeno, y lo que más sufro es su ausencia, su ausencia que siento cuando la recuerdo pocas veces en el mes, y no sé en qué me convierte no haber ido en más de dos años a verla al cementerio, a ponerle flores y hablarle a un pedazo de cemento rodeado por pasto y adornos, no creo que de eso se trate la muerte porque no recuerdo lo que es la muerte, yo sólo sé de ausencia, prefiero sentirla viva y cercana cada vez que evoco a sus pañuelos, sus cazuelas y su olor a flores concentradas.

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