Qué difícil es aceptar al inmune sentimiento de no querer hacer nada ni acompañar nada. La curiosidad de lo que no existe, la simpleza de lo que se calla y muere dentro de la boca. Las caricias silenciosas de la noche esperando a que nadie la cite para ideas desubicadas, ni nadie la use para fines egoístas. Sale el búho de mano con la sombra oscura de las ramas de los árboles, extraño un poco ese espíritu salvaje que me unía con los árboles encantados de la magia natural. Se tiene miedo a lo que se desconoce, a lo que es imposible expresar con palabras, y sobre todo a lo que te estanca.
La mirada insegura de un perro salvaje, la desconfianza de estar atraído a lo retorcido y detestable, a la venganza eterna de ser expulsado del Olimpo, cargar la misma piedra todos los días sabiendo que no tendrá ningún sentido.
En qué momento escogí el camino seguro. Se espera mucho, se fabrican muchos escalones de expectativas, y luego los tejados caen bajo su propio peso.
Es increíble estar rodeada de gente y sentirte sola. Los vagones del metro se hacen eternos cuando nadie te habla, y si lo hacen te sorprendes creyendo que esas palabras eran otro producto de tu diálogo contigo misma.
La dualidad de ser hombre y mujer al mismo tiempo, el peso de dos almas opuestas y amantes al mismo tiempo, el desafío de llevar un mundo en tu cabeza.
No quiero despertar mañana sintiendo que no hice nada por mí ni por nadie.
El silencio otorga.
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